lunes, 10 de septiembre de 2007

Plaza Río de Janeiro

Siempre que paso por aquí me asomo a esa casa. Los costados de la construcción me recuerdan a las casas normandas, aunque la fachada es elegante, casi majestuosa. Una grieta la recorre por el medio, partiéndola en dos, y una mitad se recarga sobre la otra, como un tipi de naipes. Si tiembla, se cae.
Entre casa y casa, hay un jardincito descuidado, con flores amarillas espolvoreadas y por lo menos nueve gatos regados entre el largo pasto. Algo me está contando Tere de su tío, pero no le hago mucho caso. Todos los gatos permanecen inmóviles, concientes de nuestra presencia pero con los ojos entrecerrados. Sólo uno, casi todo blanco, atraviesa el jardín con la mirada y el olfato atentos, hasta desaparecer detrás de la casa.
Me alejo del hoyo en la puerta, lentamente.
-¿Por qué suspiras?
-Quisiera ser ese gato.

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